Biografía





Los Corraoens
Kiker, Enrique Benjamín Rodríguez Rodríguez, nació como las águilas y los lobos, en la abrupta montaña, en los confines de la tierra, en las puntas de los dedos de esa orografía privilegiada que, sin dejar de ser tierra, acaricia el cielo. Hijo de una familia minera, Anita y Ovidio, y primero de cuatro hermanos, ve por primera vez, aunque ya la conocía de memoria, la luz en 1949, en un hórreo de Los Corraones, concejo de Aller, Principado de Asturias (a la sazón, sin príncipe ni princesa). Regateando fantasmas astures, quebrando las ánimas de los soldados de la legio séptima que aún no hubieran podido largarse de aquellos andurriales hacia un Mediterráneo más benigno, buscó y halló, no un unicornio, cosa fácil para un artista, sino un asturcón que lo condujo hasta la más grande villa del valle minero de San Isidro, Moreda, siete mil habitantes, escuela, frailes, Falange, economato y dos ríos, Nueva York en Liliput. Y, entonces, la Escuela Nacional, con el maestro oficiando bajo un altar de tres iconografías: San Franco, San José Antonio, y la Inmaculada Concepción, al son de «Cara al Sol», un poco más abajo y dos años más adelante, los Hermanos de la Salle, y a la salida de clase.

Juegos de Guerra a pedradas contra niños de otros barrios. Un día pararon un tren de los de madera y vapor, y una viajera salió herida, interviene la Guardia Civil, y toda la «banda» de procesión para la capital Oviedo, «a juicio»; el juez le pregunta a Kiker: ¿Quién tiró la piedra? Kiker no articula palabra y se encoge de hombros, y dice el Señor Juez: ¿Sería el aldeano? Kiker, con cara de satisfacción, dice: «Sí, sí, sí… Por allí estaba lleno de aldeanos».

Los juegos habituales son de indios contra vaqueros, y Kiker era el hechicero, por lo de las pinturas y los potingues. Todavía permanecía la estela de las dos últimas contiendas. Entre tanta belicosidad, una llama de esperanza: pintura por correspondencia. Así, entre guerra y guerra, tocaba dibujo. Allá por el cincuenta y siete, su madrina Rosa le regala un gran estuche de lápices de colores y nacen sus primeros dibujos: Marisol, Marcelino Pan y Vino, El Capitán Trueno y muchos apuntes del natural. Pero los «guajes» también querían juegos: futbolines, ping-pong…, y en esa Moreda de postguerra sólo se consigue con una precoz afiliación a Falange Española y de las JONS, y así no olvidas las guerras de juguete, que para eso te dejaban los fusiles de madera y uniforme con boina roja; con once años es la única manera de salir de casa al anochecer.

De política ni puta… ni puta falta que hacía otra política. La tradición escultórica y pictórica en su familia no pasaba del temple en las paredes y las habilidades de su abuelo en la «fragua», y el padre en la carpintería, y eso como cosa excepcional, pues todos eran mineros. Así que no puede decirse que la vena pictórica sea en su caso una mera herencia genética.



Por el contrario, parecía estar llamado, como todos sus coetáneos, a acabar picando carbón. Muchos de ellos pudieron escapar a este destino cruel gracias a esfuerzos inhumanos de sus padres como el presente caso, que liando la manta a la cabeza emigran todos a Gijón. Con catorce años se terminaron los estudios; hay que pagar el préstamo que se pidió para la diáspora, así que a templar vidrio en la Bohemia Española, y más tarde, pintar de brocha gorda, emborronando paredes, sueña pintar lienzos. Pero no hay mal que por bien no venga y a los quince años puede comenzar a tomar clases de pintura nocturna. Ya empieza a correrle por las venas la sangre con EH de pintor. Son los maravillosos sesenta.

En el sesenta y ocho llegan noticias de París. Se habla de libertad y revolución, excelentes surcos para el arte. Trabajando a destajo en la construcción consigue seis mil pesetas y con el caballete en la mano, hacia la ciudad de la luz. Plaza de Tertre, Montmatre, «Hotel Du Cheval Blanc», Pigalle y hambre por un tubo. Alguien le había dado una carta de presentación para Orlando Pelayo, pero no la usó. Así que a hacer retratos por Pigalle si quería llenar la barriga y por las noches las escaleras de Sacré-Coeur. Ya no hay más kilos que perder y se impone el regreso. El único transporte posible auto-stop, no queda ni un franco en el bolsillo, sólo dibujos y apuntes que va vendiendo por los pueblos de la España de charanga y pandereta para marcase algún que otro bocata. En las afueras de Paris, con un hatillo de cuadros y un caballete como equipaje, se planta a hacer dedo. No paraba ni la brisa, así que cogió un cuadro y le pintó por detrás una mano haciendo auto-stop y lo puso en el caballete. Cuando por fin le pararon, de la alegría cogió el cuadro y lo tiró a la cuneta. Dos años después, en Gijón, recibe la visita de un amigo que viene de París y le trae un regalo. El cuadro que tiró a la cuneta.

Ya es hora de emanciparse. Primeros estudios en Gijón, un sótano, al lado de la Cruz Roja, una buhardilla más tarde en el barrio del Carmen, otra en Los Campos. Empieza a exponer y a tener problemas con la censura y le cierran una exposición en Oviedo por pornográfica. Vienen los primeros premios, la bohemia, la trasgresión. Nunca olvidará los primeros cuadros que vendió, Una tarde de vuelta al estudio se encuentra una sorpresa. A la entrada está aparcado un coche oficial, con banderita y todo. Sube las escaleras con eso pegado al culo pensando que era la policía, pero no, por esta vez se libraba. Le estaba esperando el periodista Óstar Luis Muñón acompañado del Presidente del INI, Guerra Zunzunegui, que le compró tres cuadros de temas mineros. Como se vio tan rico «diecisiete mil pesetas» y no sabía dónde guardar tanto dinero se acordó de la «Boheme» de Charles Aznavour y salió escapado a gastarlo. En estos años la mina está presente en toda su obra. Las manifestaciones, los primeros de Mayo, La Cultural Gijonesa, anuncian la transición política y el fin de la dictadura. Son los años setenta, con los días de la cultura en Los Maizales, los guateques, los mesones, el Sancho, el Pastor y tantos otros; las verbenas en El Jardín, en Las Delicias, El Parque del Piles y las noches inolvidables de Cimadevilla. Y entre vino y vino una visita a Madrid, Plaza de Santa Ana, Café Gijón, y habitación reservada en el hotel. «Debajo el Puente de Moncloa». Participa en certámenes nacionales de pintura, y aún lo sigue haciendo cuando está en números rojos (que suele ser siempre). Abomina de la competitividad del arte pero cuando la necesidad aprieta, obras son amores… Como él dice, cada uno se lo monta como puede.





Premio Nacional de Pintura de Luarca, nace su hija Luna y pasa los veranos en Llanes. Es seleccionado en la Primera Bienal de Oviedo (le compra la obra el Banco Exterior de España). Expone en la Galería Picasso, de Málaga; Massili de Oviedo; De Luis, Madrid; Jané, Barcelona. Vuelve a ser seleccionado en la Segunda Bienal de Oviedo; le compra la obra el Banco de Asturias. Sale un libro de diversos autores con el enunciado de «Kiker, Expresionistas españoles contemporáneos» y el libro de dibujo «Mi mundo». Ilustra revistas y libros de poesía y gana la medalla «Valladolid», en la Expo Castilla Setenta y siete. En los ochenta mata el tiempo con la medallística «Personajes asturianos», «Medalla Asturias 82», «Indalecio Prieto», etc. Gana el tercer Premio Internacional de Medallística. Es seleccionado en los Premios BMW de pintura, Madrid. Expone en la Tercera Bienal Ciudad de Oviedo; le compra la obra la Caja de Ahorros de Asturias.

Expone en la Sala Tioda, de Gijón, en la que destaca un muñeco llamado «Motorice», que lanza al público un variado repertorio de saludos y gestos burlescos. Participa con otros pintores de Gijón en una exposición en Niort, Francia. Expone en la Galería Balboa I3, Madrid; y Van Dick, Gijón. Participa en Arco 85, con un original montaje, W.C. Art, al que El País (25-2-85) le dedicaba este comentario: «Esta es la máquina que pinta cuadros, proclama una voz metálica, en una caseta de Arco 85. La máquina en realidad una cabina de escusado, llamada W.C. Art, es uno de los puntos de atracción de un certamen en el que coexisten Vázquez Díaz, Bacon, Tapies y Zuloaga, Kiker, y Miguel Barceló… Un público variopinto fundamentalmente joven, y entre el que se pueden escuchar todos los acentos e idiomas, se agolpa ante el W.C. Art, una creación del pintor Kiker». Vuelve a participar en Arco 87, con «Estuches sorpresa», una mezcla de escultura y pintura, y, como no podía ser de otra manera, harto original. Elabora y publica el libro de arte «Reyes de Asturias». Realiza la carpeta «La Mina», con textos de Víctor Alperi. Ve la luz el libro «Cabezas. Del 65 al 80″, en el que diversos escritores se recrean en estos quince años de su obra. No abandona nunca el arte vivo y en la exposición «Artistas en la calle» presenta «la máquina de hacer cuadros de vanguardia», basada en el humor grotesto satírico.

Llegan los noventa, trabaja el maquillaje artístico. Ven la luz sus cuadernos de viajes como los de Londres, Berlín, Nueva York, Marruecos, etc. Algunos textos de esos cuadernos son: «El pintor es una mano obediente a los sentimientos y respetuosa con el azar», «Una pintura es un pensamiento visual traducido a color», «Mezclo lo osceno, lo grotesco, lo exagerado, con lo emotivo, lo humano, lo doméstico», «Mi trabajo va de la abstracción a lo concreto en un proceso de síntesis, acorralando, cercando, intentando atrapar una idea, un sentimiento, un soplo», «Una obra está terminada en el momento que se la critica, interpreta o valora». Ya hace veinte años que Kiker hizo la mili en aquel CIR del Ferral del Bernesga, León como instructor y pintor de cámara de un peculiar capitán, al que los soldados bautizaron pomposamente con e sobrenombre del «Capitán Trueno». Allí ganó varios premios de pintura y escultura, convocados por el Ministerio del Ejército y, por supuesto, no se escapó ni novia, ni madre de recluta sin el retrato de rigor. Lo dicho, cada uno se lo monta como puede. Pero volvemos al presente y encontramos en Kiker a un pintor hecho, que ha ido madurando su técnica y desarrollando su creatividad de manera progresiva. Gana el Primer Premio en el 33 Certamen Nacional de Pintura de la Caja de Ahorros de Jerez. Es seleccionado en diversas ocasiones para las Bienales de La Carbonera en Langreo. Acude a la Feria de Santander. Nace su segunda hija Zeltia (Tierra de Celtas). Trabaja la madera, la piedra, el azabache y realiza varias colecciones de joyas en oro y plata. Gana el Segundo Premio en el 6º Certamen López Villaseñor, de Ciudad Real, y le compran la obra en la 7º Exposición Nacional de Valdepeñas. En una de sus estancias en Nueva York, realiza una instalación en Brooklyn, New Jersey, Times Square y Central Park. Gana el Primer Premio en el 15º Concurso de Pintura «Emilio Ollero» del Instituto de Estudios Jiennenses. Dice que lo profundo en arte está a la vista, a flor de piel y cuando le pica el arte o la “pellis” oficia de anacoreta en Escobio de Vega, frente a Los Corraones, en la abrupta montaña.

Kiker en Nueva York

JUAN ACEBAL


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